Sobre las ferias...

Desde la edad media que la feria como lugar de encuentro social y comercial se relacionó con los mercaderes y  la lógica de compra y venta. Sin embargo lo principal de las ferias es su caracter de intercambio festivo, de encuentro multicultural. Hace ya algún tiempo atrás han avanzado en el espectro de los espacios públicos ferias que plantean alternativas. Modos distintos de encontrarse, e incluso de intercambiar productos y servicios sin tener que caer en las garras del consumo desmedido, irresponsable y en las lógicas del capitalismo. Consumo responsable, encuentros e intercambios equitativos, pueden ser otros modos de hacer feria. Este término a su vez se puede asociar con fiesta, el día festivo es el feriado donde no se trabaja y donde el compás cotidiano se detiene en un impasse de descanso. Estos momentos de detención nos sirven para poder escuchar aquello que no solemos , mirar aquello que no es usual ver y descubrir los mundos diversos que habitan detrás de nuestra cotidianeidad. En la ruta de la feria festejamos el encuentro y abrimos nuevos caminos por la música sin mapa.


Nicolás Falcoff


¿Qué es lo que hace que una feria sea tan linda de ver -de vivir más bien, con todos los sentidos- que den ganas de quedarse horas sólo caminando y mirando? Los colores, los sonidos, la variedad de frutas y verduras, la mezcla insólita de mercaderías, la gente  vendiendo y comprando, charlando, paseando. Se puede recorrer con la mirada el mercado entero. Las vendedoras son en su mayoría mujeres, muchas vestidas con ropa tradicional, polleras en colores vivos, camisa, saco y chalina. Muchas usan delantales azules, las polleras son rojas, verdes, fucsia o azules y los saquitos abiertos, de lana, violeta, rosa, turquesa. Casi todas usan zapatos negros chatitos, abiertos y gastados. Las más jóvenes visten ropa de moda, jeans, remeritas. Entre las personas que compran se ve todo tipo de vestimentas y estilos, mujeres, hombres y niños de todas las edades. Si bien los puestos son en su mayoría atendidos por mujeres, los que recorren el mercado vendiendo son todos hombres. Lo que más se vende son frutas, verduras y legumbres pero también hay puestos de comida cocinada para comer ahora y, como suele suceder en las ferias, el efecto cambalache. En medio de los puestos de frutas, un señor despliega manteles blancos y un poco más allá, entre bolsas de papas, manzanas, zanahorias y arvejas, se puede ver una vitrina con juguetes y adornos varios, respaldada por el poder de la virgen que sostiene al niño Jesús desde las rejas.
Un hombre recorre el galpón ofreciendo patos vivos que silban de cabeza y otro lo sigue vendiendo almohadones. La venta y compra de productos siempre es acompañada de negociaciones y charlas informales. Todo está a la vista, nada de paquetes que oculten los productos ni plásticos que reemplacen el dinero. Las cosas se ofrecen abiertamente y la única publicidad son quienes venden, que interpelan a la gente gritando “qué va a llevar” “qué le doy” “papas, señora, lleve”, a lo que la respuesta pertinente es “a cómo son”. Y después, a negociar precios y cantidades.
Una señora que vende flores le niega, con una sonrisa de reojo, el apretón de manos a un señor que la vino a saludar, pero le acepta la charla. A su lado, una señora acaba de comprar una chalina negra a un joven de pelo largo. Más allá, otra muestra bombachas de colores.
Billetes, productos y gente siguen circulando. Nadie puede quedar afuera; la vida de la feria todo lo impregna... “qué va a llevar” “me encantan esas bananas, ¿a cómo la manito?”

Verónica Gelman

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