Nicolás Falcoff
¿Qué es lo que hace que una feria sea tan linda de ver -de vivir más bien, con todos los sentidos- que den ganas de quedarse horas sólo caminando y mirando? Los colores, los sonidos, la variedad de frutas y verduras, la mezcla insólita de mercaderías, la gente vendiendo y comprando, charlando, paseando. Se puede recorrer con la mirada el mercado entero. Las vendedoras son en su mayoría mujeres, muchas vestidas con ropa tradicional, polleras en colores vivos, camisa, saco y chalina. Muchas usan delantales azules, las polleras son rojas, verdes, fucsia o azules y los saquitos abiertos, de lana, violeta, rosa, turquesa. Casi todas usan zapatos negros chatitos, abiertos y gastados. Las más jóvenes visten ropa de moda, jeans, remeritas. Entre las personas que compran se ve todo tipo de vestimentas y estilos, mujeres, hombres y niños de todas las edades. Si bien los puestos son en su mayoría atendidos por mujeres, los que recorren el mercado vendiendo son todos hombres. Lo que más se vende son frutas, verduras y legumbres pero también hay puestos de comida cocinada para comer ahora y, como suele suceder en las ferias, el efecto cambalache. En medio de los puestos de frutas, un señor despliega manteles blancos y un poco más allá, entre bolsas de papas, manzanas, zanahorias y arvejas, se puede ver una vitrina con juguetes y adornos varios, respaldada por el poder de la virgen que sostiene al niño Jesús desde las rejas.
Un hombre recorre el galpón ofreciendo patos vivos que silban de cabeza y otro lo sigue vendiendo almohadones. La venta y compra de productos siempre es acompañada de negociaciones y charlas informales. Todo está a la vista, nada de paquetes que oculten los productos ni plásticos que reemplacen el dinero. Las cosas se ofrecen abiertamente y la única publicidad son quienes venden, que interpelan a la gente gritando “qué va a llevar” “qué le doy” “papas, señora, lleve”, a lo que la respuesta pertinente es “a cómo son”. Y después, a negociar precios y cantidades.
Una señora que vende flores le niega, con una sonrisa de reojo, el apretón de manos a un señor que la vino a saludar, pero le acepta la charla. A su lado, una señora acaba de comprar una chalina negra a un joven de pelo largo. Más allá, otra muestra bombachas de colores.
Billetes, productos y gente siguen circulando. Nadie puede quedar afuera; la vida de la feria todo lo impregna... “qué va a llevar” “me encantan esas bananas, ¿a cómo la manito?”
Verónica Gelman
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